jueves, 31 de mayo de 2012

LA HISTORIA DEL GRAN CACIQUE GUAICAIPURO.


Cacique de los indios Teques y Caracas, que acaudilló la resistencia a la penetración europea en la zona norcentral de Venezuela durante la década de 1560. La región de Los Teques estaba poblada por muchos indígenas que formaban grupos independientes con sus jefes o caciques propios. El principal de estos grupos era el del cacique Guacaipuro, cuyo asiento era Suruapo o Suruapay, situado en las vecindades del actual San José de los Altos, en la vertiente de la quebrada Paracoto. Aunque la grafía «Guaicaipuro» se ha popularizado, debe tenerse en cuenta que su verdadero nombre era Guacaipuro, y así es mencionado en los documentos coetáneos. Baruta era el nombre del hijo mayor de Guacaipuro, y Tiaora y Caycape el nombre de 2 hermanas suyas y se anotan también los nombres de sus 6 hermanos que vivían con él, así como también Pariamanaco, hijo de su hermana Tiaora, y Quetemne, también hija de esta última; se anotan también 6 sobrinos suyos y un nieto. Además de Suruapo o Suruapay como pueblo muy importante de su jurisdicción, figuran 6 caseríos más, cuyos pobladores eran también de su gobierno. Descubiertas unas minas de oro en tierras de los teques, al comenzar Pedro de Miranda su explotación, fue atacado por Guacaipuro y tuvo que abandonarlas. El gobernador Pablo Collado nombró a Juan Rodríguez Suárez en sustitución de Miranda, el cual venció a Guacaipuro en varios encuentros y creyendo haber pacificado la región, dejó en las minas unos obreros para trabajarlas con 3 hijos suyos menores de edad. Ausente Juan Rodríguez Suárez, Guacaipuro asaltó las minas mató a todos los trabajadores, incluso a los hijos de Juan Rodríguez Suárez, y tras haber incitado a la rebelión a Paramaconi, cacique de los taramainas, pasó al hato de San Francisco, dio muerte a los pastores, quemó las viviendas y dispersó las reses. Enterado Juan Rodríguez Suárez del desembarco del Tirano Lope de Aguirre, se dirigió hacia Valencia con sólo 6 soldados para combatirlo; en el trayecto, sorprendido por Terepaima y Guacaipuro, fue muerto tras una heroica resistencia. Guacaipuro impulsó entonces un levantamiento de todas las tribus y los caciques Naiguatá, Guaicamacuto, Aramaipuro, Chacao, Baruta, Paramaconi y Chicuramay reconocieron a Guacaipuro por su jefe supremo. Sabedor Diego de Losada de que Guacaipuro era quien había promovido un frustrado asalto a la recién fundada ciudad de Caracas (1568), ordenó su aprisionamiento; confió este delicado encargo al alcalde Francisco Infante, quien, con indios fieles que conocían el paradero del cacique, salió de Caracas cierta tarde, al ponerse el sol, con 80 hombres. A la media noche llegaron al alto de una fila, en cuya falda estaba el pueblo de Suruapo donde Guacaipuro tenía su vivienda; Infante con 25 hombres se quedó allí para proteger la retaguardia y retirada en caso de una derrota, mientras Sancho del Villar con los demás bajaba a ejecutar la prisión del indio. Conducidos por los guías llegaron a la puerta del inmenso bohío o caney de Guacaipuro los 5 primeros que formaban la delantera, pero como acababan de ser descubiertos, con sus armas en las manos, esperaban la llegada de los compañeros y fue entonces cuando intentaron franquear la entrada, pero Guacaipuro, que manejaba la espada que había sido de Juan Rodríguez Suárez, hirió a cuantos intentaron entrar. A los gritos de la pelea, se alborotó el pueblo y todos acudieron a defender a su cacique, pero nada podían contra los filos de las espadas; y los lamentos y gritos de las mujeres y niños, en la noche oscura, aumentaban la confusión general. Viendo los españoles la imposibilidad de rendir al cacique, resolvieron quemar el gran bohío o caney en el cual estaba guarecido. Como su techo era de paja y madera, arrojaron una bomba de fuego sobre el tejado, que comenzó a arder vorazmente. Viéndose en trance de perecer, Guacaipuro saltó fuera, dando estocadas a diestra y siniestra contra los asaltantes, pero todo fue en vano pues las espadas de éstos lo dejaron muy pronto muerto en el suelo; la misma suerte tuvieron sus acompañantes

 



Venezuela, estado Yaracuy. En esta región existe una Montaña que es lugar de peregrinaje obligado para espiritistas que se dan cita allí desde los cuatro puntos cardinales del país y del mundo: la Montaña de Sorte.

Con su espesa vegetación, sus animales silvestres, con el río que la cruza, Sorte auna a sus bellezas naturales una intensa energía mística que se siente apenas se pisan las faldas de la montaña de María Lionza.

Porque hay qué decir que esta montaña es el Reino Terrenal y Espiritual de la Madre de la Naturaleza.

En su entrada encontramos el altar principal de María Lionza, lugar donde divisamos su imagen en medio de las del Negro Felipe y el Cacique Guaicaipuro, y ellos tres (Las Tres Potencias) expresan la unión de las tres razas: la negra, la blanca y la india.Otro sinnúmero de imágenes nos contemplan, son las de los miembros de las distintas Cortes Espirituales Venezolanas.

Al adentrarnos en la Montaña encontraremos altares diferentes dedicados a cada uno de estos espíritus protectores.

Llegan a Sorte caravanas tras caravanas de fieles de todas las edades que van tomando un espacio cada una, demarcando límites con simples cordeles atados a los árboles.

Pasar una noche en Sorte es una experiencia indescriptible y maravillosa: al sonido del tam tam de los tambores se aunan las voces de los fieles cantando o rezando.

En un grupo podemos apreciar la relización de velaciones de limpieza o de sanación. En otro, una sesión de evolución para alguna materia en proceso de desarrollo. En otro observamos a la materia principal rezar e inclinarse para luego incorporarse ahora con una voz diferente, unos gestos diferentes y hasta una contextura física distinta cuando el espíritu incorporado encuentra a bien manifestarse de esta forma.

Sorte. Tierra de prodigios. Tierra de milagros. Tierra de culto. Tierra donde la fé actual se une con nuestra historia étnica y encontramos en un mismo culto raices blancas, indias y negras.

Culto en Sorte, expresión genuina de nuestra fé y de nuestra orgullosa raza milenaria.